domingo, 15 de septiembre de 2013

Primera parte del octavo capítulo

Tras otras dos semanas sin nuevas publicaciones, vacaciones y campeonatos esta vez serán mi excusa. Pocas cosas tengo que contar, así que no me enrollo, ya que prometí fragmentos más largos, esta es la primera página del séptimo capítulo, el cuál creo que consta de tres.

8 Un regalo de dragones.
Al día siguiente se celebró una pequeña fiesta en honor al recién conocido aniversario de Murtagh y Nasuada a la cual solo estuvieron invitados Eragon, Saphira, Arya, Firnen, Espina, Roran y Katrina, la cual se había hecho muy amiga de Nasuada en sus repetidas visitas a la capital.
Aquella noche la luna cubría el cielo con su brillante luz de plata mientras Eragon paseaba  junto a Saphira por las calles de la ciudad. Eragon no podía evitar esbozar una sonrisa en su rostro por todo lo que había ocurrido en los últimos días. Pensaba en cómo sería recibida la noticia de que había vuelto, o eso era lo que le mostraba a Saphira, mientras que en lo que  realmente pensaba era en el regalo que le había dado aquel enorme dragón multicolor la noche anterior a su partida hacia Ilirea, aquel regalo era lo que más le preocupaba y podía hacer que perdiese todo lo que él conocía en un instante, pero la recompensa era muy grande. En eso era lo que pensaba Eragon cuando paso cerca de un pequeño jardín donde, en un banco lejano cercano a un almendro, se encontraba el anciano rey surdano. Eragon le pidió a Saphira que le esperase allí, porque tenía la sensación de que debía de hablar de Orrin. Lentamente, se fue acercando a él y finalmente se sentó a su derecha y se quedó contemplando las estrellas junto al rey. Este, que seguía concentrado en su estudio de la cúpula celeste, parecía no haberse enterado de nada cuando de pronto habló:
-          Vuestra llegada se recordara como uno de los hechos más grandes de la historia, tanto en Surda, como en cualquier parte de este mundo.
-          Podemos tutearnos Orrin, no es necesario que me habléis de usted.
-          Han sido años duros durante tu ausencia. –y mientras hablaba se le quebró la voz-  Han pasado muchas cosas.
-          ¿Cuáles?
El rey enseguida se levantó del banco, negando con la cabeza, como si se arrepintiese de haber dicho tal cosa. Anduvo un tiempo dando vueltas alrededor del jardín hasta que al final volvió a sentarse junto al jinete. En todo ese tiempo, Eragon observó al anciano rey y punto por punto fue uniendo las diferentes partes hasta que llegó a hacerse una idea aproximada de lo que le ocurría a Orrin. Después, con cuidado, posó lentamente su mano sobre la del anciano y le miró a los ojos. Allí no encontró ni rastro, de aquel Orrin fuerte, valiente y temerario de aquellos años de conquista , solo a un viejo derrotado por el cruel paso de los años. Y aunque ya sabía la respuesta preguntó:

-          ¿Qué miedo aflige tu corazón? –Orrin le miró con una cara de asombro y de incredulidad, como si no supiese de lo que hablaba, aún quedaba un reducto del honor que poseyó el rey, que finalmente terminó sucumbiendo ante la mirada amable y benévola de Eragon- ¿Sabes que realmente muchas cosas de las que vemos en el cielo son el pasado? Sí, lo es. Muchas de la estrellas que todavía brillan allí arriba ya no existen en realidad, lo que ocurre es que la luz que irradiaron aun nos llega, y aunque ya no estén nos siguen iluminando. ¿Me ocurrirá lo mismo a mí, Eragon? ¿Seguiré brillando como una estrella en el cielo tras mi muerte? ¿O pasaré a ser cenizas en el inmenso polvo de la memoria de mi pueblo? ¿Recordaran a aquel rey con su condenado genio que les llevó a la victoria ante el tirano, o me olvidarán y mi vida pasará a ser algo que no se sabe si realmente ocurrió?

Hasta l apróxima semana