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Si te lo dijese,
no sería una sorpresa, ¿no? Pero te daré una pista, tienes que traer a Jeod,
aún tienes una vieja cuenta pendiente con él.
Por primera vez
desde que empezó la conversación, prestó algo de atención, pero cuando Saphira
se negó a darle una nueva pista, se resignó a hacer lo único que podía en aquel
momento, echarse a dormir. Ya queno tenía sueño, empezó a darle vueltas a la
sensación que le había abordado cuando miró por primera vez a sus antiguos
compañeros. Aunque pensó que estaba preparado, le resultó tremendamente extraño
ver que mientras que Arya, Garhvog, Orik y Ángela conservaban prácticamente
iguales sus rostros, largas cabelleras de colores de plata y nieve cubrían los
rostros de Roran, Nasuada, Jeod, Orrin y Elva. En cambio lo que más le
sorprendía y lo que no le había abandonado
era la misteriosa resurrección de Brom. No es que tuviese un mal
presentimiento sobre ello, ni que no le gustase que su padre hubiese recuperado
la vida, pero todas las leyes mágicas decían que no se podía devolver la vida a
los muertos.
Finalmente, tras
convencerse de que no iba a sacar nada en claro él solo, abandonó ese
pensamiento y otro lo abordó de nuevo. Asegurándose de que Saphira estaba
profundamente dormida, abrió la bolsa y puso el regalo que el dragón multicolor
le había dado en el suelo. El objeto estaba frío y duro, pero era hermoso y las
palabras del dragón se introdujeron de nuevo en su mente: “Aquí te entrego
Eragon, Asesino de Sombra el objeto más preciado de nuestra raza. Ya eres
poderoso, pero con él serás invencible. Sin embargo, para obtenerlo debes
renunciar a todo ¿entiendes?” Entonces el dragón deslizo la mirada hacia una de
las partes de su cuerpo, Eragon no necesitaba levantar la vista para saber que
estaba saber que estaba mirando el dragón. “Espero tu respuesta la próxima luna
llena, ten en cuenta lo que puedes ganar y perder. Espero tu respuesta.”
Después el dragón se deshizo en los cerca de cuarenta dragones de diferentes
colores que lo habían formado. Lentamente guardo de nuevo el poderoso objeto en
la bolsa con cuidado, aunque estaba seguro de que no iba a romperse fácilmente.
Al final, utilizando los ejercicios de relajación que Oromis le había enseñado,
consiguió dormirse con el doloroso recuerdo de aquellos dos jóvenes jinetes
besándose.
Durante la noche
Eragon soñó con Arya. Se veía a él mismo
entre la niebla, persiguiendo la lejana silueta de la elfa. Él la llamaba, pero
esta no le respondía y seguía caminando. Cuanto más avanzaban más espesa se
hacía la niebla y más le costaba seguirla hasta que finalmente la perdió. Entonces
el gritó su nombre pero ella no acudió, cuando, de pronto, entre la niebla,
unos grandes ojos amarillos le indicaron que los siguiera. A Eragon, aquellos
ojos no le caían demasiado bien, pero sentía que podía descubrir algo
importante. Finalmente, los ojos le guiaron ante una escena en la que Eragon no
pudo hacer otra cosa que echarse a llorar. En medio de la niebla, dos figuras
se besaban, una era Arya y la otra Eragon supuso que era Faölin. Entonces los
ojos descubrían un cuerpo completo, un lobo que saltaba y le devoraba las
entrañas ante sus gritos.