sábado, 23 de noviembre de 2013

Capitulo 9 parte 2

¡Tranquilos! No he muerto, sigo aquí, gracias a todos por preguntar eh! Esta bien, saldaré mi deuda de estas últimas semanas, creo que dos paginas y media serán suficientes, o al menos eso espero. Espero que os vaya bien a todos, hace poco compuse los últimos compases de la otra gran batalla del epílogo, espero acabarlo lo antes posible.

Os dejo aquí, la continuación del noveno capitulo despues de 4 semanas

Eragon aprendió a mover las piezas, a comerse las del contrario, que había una forma de guardar la partida para después poder analizarla sin utilizar la memoria ya que las casillas tenían un nombre cada una y que la partida acababa cuando el rey, que es la pieza más importante es atacado y no puede salvarse de la perdición,  a esto se le llamaba jaque mate. Después, ambos jugaron una partida en la que Jeod encontró el camino al jaque mate en cuatro escasas jugadas cuando la dama blanca de Jeod irrumpió en la casilla f7 protegida por el alfil blanco. Eragon se sintió humillado ante tal brutal demostración de poderío sobre el juego. Entonces Eragon escuchó una voz familiar en su cabeza:
-          Vaya tunda te han dado ¿eh? Bueno, si ya habéis acabado deberíais venir. Ah, por cierto, trae la silla.
Eragon comunicó a Jeod que Saphira los esperaba y ambos serpentearon por las calles de la ciudad hasta salir al lugar que Saphira les había indicado. La dragona estaba en una pequeña colina cerca de la arboleda que quedaba al oeste de Ilirea. Contemplando la ciudad desde lo alto de la colina, Eragon se quedó maravillado con lo que había cambiado la capital tras el paso del fantasma negro de Galbatorix y, por primera vez desde que empezó el reinado de Nasuada, pudo afirmar que había merecido la pena. “Ponme la silla. Date prisa, hoy tengo hambre” le dijo la dragona. “Eso mejor no se lo digo a Jeod, ¿no?” respondió Eragon con una risita.
Cuando Eragon terminó de ensillar a Saphira, esta le dijo el motivo por el que había pedido que llevase también a Jeod. De pronto, el jinete recordó su antiguo acuerdo con Jeod  y enseguida le dijo al rey termiano “Aún tengo una deuda pendiente contigo, viejo amigo, ¿recuerdas cuál es?” Inmediatamente, al anciano se le iluminaron los ojos en señal de que aún no había olvidado su viejo acuerdo y tras una rápida mirada inquisitoria a Saphira, a la que ella respondió “Monta Jeod, este es el sueño que tanto tiempo has deseado obtener. Monta y juntos surcaremos los prados azules del cielo.”, Jeod dio un gran desde el lugar desde donde estaba a la silla directamente. A Eragon este sorprendente movimiento lo dejó clavado en el suelo, Jeod había conseguido lo que no lograría en toda su vida, parecía que el anciano hubiese rejuvenecido sesenta años de golpe.
Saphira desplegó entonces las alas y de pronto echo a volar. Curiosamente Jeod no dio apenas un gritito de susto, como si ya lo estuviese esperando todo y cuando Saphira alcanzó una altura considerable, el anciano dio un grito de júbilo que fue secundado con el rugido de la dragona. Jeod miró entonces a Eragon, y este a pesar de la distancia que los separaba, gracias a su vista de elfo, pudo advertir en la mirada de su amigo satisfacción, alegría, alivio, pero sobre todo agradecimiento.
Eragon se quedó tumbado todo el rato que duró el vuelo en la hierba verde de la colina, observando las miles de cabriolas que hacía la dragona para asustar a Jeod, pero este estaba demasiado feliz como para dar cabida a otro sentimiento. Eragon vio a la dragona fundirse con el azul del cielo a la vez que sus brillantes escamas reflejaban una luz que lo teñía todo del color de sus escamas y confirmó una vez más lo que llevaba tanto tiempo pensando, no había otra cosa más hermosa.
Después, su mente vagó por los grandes prados de la memoria. Recordó sus primeros años, la gente de Carvahall, el tío Garrow y la tía Marian, todos ellos seguían presentes y eran tan reales como aquellos a los que aún podía ver. Poco a poco sin que él se diese cuenta el Eragon niño, paso al adolescente, recordó con gracia los raros cambios hormonales que su cuerpo le daba sin que el entendiese por qué, y después llego aquella noche en la que se encontró aquella gran piedra de color azul zafiro. Ella lo había cambiado todo, y todavía casi cuarenta años después, Eragon seguía sin entender por qué a él. Más recuerdos pasaron por su cabeza sin que el prestara demasiada atención, porque la misma pregunta seguía rondando en su cabeza: ¿Por qué él? Pero esta vez la pregunta no se dirigía al hecho de ser jinete sino porque se le daba la difícil elección de obtener o no lo que era suyo y todo se sabría en la próxima luna llena, era muy poco tiempo.
Al final, Saphira terminó aterrizando un par de metros más allá de dónde él se había tumbado. Jeod desmontó muy despacio, Eragon no supo si lo hacía ya por su avanzada edad o sencillamente porque no quería que aquel momento mágico acabase. Cuando el anciano volvió a mirarlo, Eragon pudo ver que los ojos del viejo reflejaban la luz del sol, interminables filas de lágrimas peleaban  por dejarse caer primero por las mejillas del anciano, pero ninguna parecía ser la gran vencedora. Eragon  iba a decir algo, pero Jeod fue más rápido:
-          Eragon, tú no sabes lo que me has dado hoy, pero yo sí. Me has dado el sueño de toda una vida, me has hecho creer que todo lo que he hecho en este mundo ha valido para algo. Gracias.
Esta vez Jeod ya no pudo aguantar más y rompió a llorar. Eragon intentó decir algo de nuevo, pero esta vez fue la dragona la que le impidió hacerlo:
-          Jeod –llamó. El anciano no tardó más de medio segundo en darse la vuelta hacia la dragona- Cuando estés en tu lecho de muerte y empieces  a agonizar. Llámame, simplemente di mi nombre, te escucharé alá donde estés. Y aunque no evitaré tu final, haré que tus últimas horas sean las mejores. Tendrás uno de los privilegios que muy pocos, incluso los jinetes, tienen. Si me llamas, morirás sobre mi lomo, con el viento a tus espaldas y con el único límite del cielo. Hasta entonces.
-          Gr…Gra… Gracias.
Jeod se fue andando de nuevo a la ciudad con la promesa de un nuevo vuelo en el lomo de Saphira, que lo hacía explotar de alegría. Cuando desapareció de la vista de Eragon y Saphira, este calculó más o menos cuatro metros desde donde estaba la dragona e intentó repetir el salto de Jeod. En el momento en el que despegó los pies del suelo, supo que algo no iba bien, a pesar de que había saltado con todas sus fuerzas, terminó golpeándose en la nariz con la pata de la dragona. Y después cayó con el culo en el suelo y tuvo la sensación de haberse golpeado con un martillo.
Después, cuándo analizó detenidamente lo que había hecho, no pudo contener una carcajada por la gran estupidez que había hecho. Saphira, que al principio se había preocupado por lo que le podía haber pasado, también empezó a reír sin parar. Eragon riéndose aún, ascendió por la pata de la dragona y se sentó en la silla. La dragona alzó el vuelo, no sin dificultad, ya que riéndose, todo es más difícil. Saphira se elevó hasta el punto de que si alguien la miraba desde el suelo creería que apenas miraba un águila. Lentamente, se dirigieron al oeste, Eragon no sabía exactamente lo que Saphira se proponía pero por lo que la dragona le había dicho el día anterior y por la dirección que había tomado se hacía una ligera idea.
Volaron hasta que el sol se asentó vigilante en lo alto del cielo, ambos notaban ese sentimiento que les unía tan fuerte como hacía mucho tiempo que no lo sentían. Salir de Alagaësia no había sido un error, lo había sido permanecer fuera de ella durante tanto tiempo, Eragon casi había olvidado lo que le ataba a aquella tierra que había sido su mundo, el olor de la tierra, el verde del campo y el susurro del viento en el oído, todas aquellas cosas que hacían que la vida tuviese sentido. Mientras que la de Eragon se había vuelto gris y fría, poco a poco, gracias a su retorno volvía tornarse de muchos colores y repleta de alegría. Por primera vez sentía lo que le había dado a Alagaësia, sintió, que había liberado al mundo de un gran tirano y que todas las vidas que se había llevado habían muerto por una buena causa.
Sin que él se diese cuenta, Saphira empezó a descender lentamente hacia el suelo. Pequeñas gotas de agua se adherían  a la ropa de Eragon mientras atravesaban aquel mar de nubes blancas, al estar tan frías Eragon tuvo que volver a la realidad para crear un hechizo protector para que no se mojara tanto y entonces fue cuando vio lo que Saphira le tenía reservado aquella mañana. Unos trescientos metros por debajo de ellos, las dos orillas del río Ramr se extendían a sus pies. Saphira cada vez descendía más deprisa y cuando Eragon comprendió que no iban a hacer un pequeño descanso en tierra, apenas tuvo tiempo de quitarse la camisa y lanzarla hacia cualquier sitio y coger aires antes de que los dos se zambullesen en el río.
El impacto fue tan brutal, que Eragon no pudo evitar cerrar los ojos. Sintió como si se estrellase contra una pared de piedra y se rompiese en un montón de trozos, pero como tenía Saphira cerca tampoco le importo demasiado. Inmediatamente sintió como el agua le empapaba todas las partes del cuerpo y todo sonido se desvanecía. Saphira seguía descendiendo y cuando Eragon consiguió abrir los ojos, lo que vio le sorprendió. Inacabables masas de agua hasta donde le alcanzaba la vista y grandísimas cantidades de peces, que se apartaban a su paso, los miraban extrañados, como si ellos no perteneciesen a ese lugar. Eragon descubrió que ahora también tenía mayor capacidad pulmonar gracias desde la celebración del Juramento de Sangre que antes, pero ya le empezaba a faltar el aire y se lo tuvo que decir a Saphira. La dragona asintió y se dirigió a la superficie.