Se montó en la
silla y Saphira volvió a sumergirse. La dragona la llevó con la corriente, río
abajo hacia el norte. Poco a poco la dragona fue yendo más despacio, hasta que
en algunos momentos Eragon podía nadar sin necesidad de estar de estar agarrado
a la silla y mantener su ritmo. Juntos investigaron las profundidades del río
Ramr y descubrieron muchas cosas que ninguna otra cosa verían jamás, pero esos
momentos son solo suyos y carecen de importancia para la historia.
Empezaba a
amanecer cuando Saphira sacó la cabeza por encima de la superficie del lago
Isenstar. El viaje había sido largo, y los dos estaban tan cansados que en
cuanto llegaron a la orilla ambos se quedaron dormidos. El último pensamiento
de Eragon aquel día fue para aquella dragona de escamas de color azul zafiro.
Apenas habían
pasado un par de horas cuando ambos despertaron completamente descansados.
Saphira llevó a Eragon hacia los lugares donde habían pasado cuando viajaban
por Brom. Faltaban apenas cinco días para el gran banquete, de manera que toda
cosa viviente, animal o persona viajaba en esos momentos hacia la capital, así
que Eragon y Saphira tuvieron que esquivar a varios grupos de humanos y elfos,
querían privacidad. En alguno de aquellos grupos a Eragon le pareció distinguir
la ahora calva cabeza de Horst y las primeras canas de Baldor, a Eragon le
sorprendió reconocer casi todas las caras de Carvahall, no había ni una sola
baja y lo que más le sorprendió era que todos vestían túnicas de gala y
viajaban a caballos o en carros tirados por estos, definitivamente Roran había
hecho un buen trabajo.
-
Era
esto todo lo que querías ¿eh? ¿Solo recordar viejos tiempos? –preguntó el
jinete cuando aquel juego del escondite le empezó a parecer aburrido-.
-
No, monta, aún
tienes otra cuenta pendiente.
Eragon lo hizo,
y esta vez si que sabía hacía donde se dirigían, pero no sentía tristeza sino
decisión, era cierto aquella deuda se había aplazado demasiado. Ya era por la
tarde cuando Saphira aterrizó en las afueras de un recinto cerrado, cercado por
vallas. A Eragon le había parecido ver una especie de castillo en el lugar
donde antes estaba su granja, aunque Carvahall había cambiado tanto, lo que
antes eran casas humildes eran ahora grandes edificios en los que su techo se
confundía con el cielo, que no estaba tan seguro de que fuese allí donde él se
había criado.
La puerta del
recinto estaba abierta, de manera que Eragon no tuvo problemas para entrar.
Delante de él, un pequeño cementerio se extendía a sus pies. Eragon deambuló
entre las tumbas de mármol y distinguió la de Bird y la de Quimby. Pero había
una que destacaba por encima de todas, esta no era de mármol, sino de plata
pura y en la lápida, grabados en letras de oro dos nombres guardaban el
recuerdo de los difuntos: Garrow y Marian. Encima de la tumba, una gran
escultura de dos personas abrazadas guardaba el descanso de los muertos, Eragon
distinguió las facciones de sus tíos esculpidas en diamante. Aquella tumba era
realmente una obra de arte y Eragon sabía que estaba echa para personas que
valían mucho más que todo el material que habían empleado. Aun así no pudo
evitar quedarse maravillado por la sepultura que habían erigido en el nombre de
sus tíos, sin embargo estaba seguro de la que había sido de Brom era mucho más
hermosa.
Eragon se
arrodilló ante la tumba de sus tíos, él no creía en los dioses, pero sabía que
sus tíos sí, de manera que rezó por sus almas a aquel que recogiese sus
plegarias. Media hora más tarde, se levantó y salió por la puerta del
cementerio, dedicándoles un último adiós.
-
¿Quieres hacer
algo más antes de marcharnos? -le preguntó la dragona. Eragon la miró
con ternura y le respondió- Ya he hecho todo lo que tenía, ya he saldado mis
viejas cuentas.
La dragona echó a volar
de espaldas a las últimas luces granates del día, unas pequeñas nubes cerca del
horizonte se teñían moradas con un cielo amarillo de fondo. Eragon se quedó con aquella imagen fija en la cabeza
y utilizando un trozo de papel que había encontrado tirado por el suelo, mezcló
esa imagen del atardecer con la escultura de la tumba e hizo un faith. El
resultado fue esplendido. La plata brillaba como el sol, y la sonrisa de Garrow
creaba un lazo místico con la de Marian. Eragon volvió por última vez su cabeza
hacia atrás antes de lanzarse de nuevo hacia Ilirea.