domingo, 26 de enero de 2014

9.4

Se montó en la silla y Saphira volvió a sumergirse. La dragona la llevó con la corriente, río abajo hacia el norte. Poco a poco la dragona fue yendo más despacio, hasta que en algunos momentos Eragon podía nadar sin necesidad de estar de estar agarrado a la silla y mantener su ritmo. Juntos investigaron las profundidades del río Ramr y descubrieron muchas cosas que ninguna otra cosa verían jamás, pero esos momentos son solo suyos y carecen de importancia para la historia.
Empezaba a amanecer cuando Saphira sacó la cabeza por encima de la superficie del lago Isenstar. El viaje había sido largo, y los dos estaban tan cansados que en cuanto llegaron a la orilla ambos se quedaron dormidos. El último pensamiento de Eragon aquel día fue para aquella dragona de escamas de color azul zafiro.
Apenas habían pasado un par de horas cuando ambos despertaron completamente descansados. Saphira llevó a Eragon hacia los lugares donde habían pasado cuando viajaban por Brom. Faltaban apenas cinco días para el gran banquete, de manera que toda cosa viviente, animal o persona viajaba en esos momentos hacia la capital, así que Eragon y Saphira tuvieron que esquivar a varios grupos de humanos y elfos, querían privacidad. En alguno de aquellos grupos a Eragon le pareció distinguir la ahora calva cabeza de Horst y las primeras canas de Baldor, a Eragon le sorprendió reconocer casi todas las caras de Carvahall, no había ni una sola baja y lo que más le sorprendió era que todos vestían túnicas de gala y viajaban a caballos o en carros tirados por estos, definitivamente Roran había hecho un buen trabajo.
-          Era esto todo lo que querías ¿eh? ¿Solo recordar viejos tiempos? –preguntó el jinete cuando aquel juego del escondite le empezó a parecer aburrido-.
-          No, monta, aún tienes otra cuenta pendiente.
Eragon lo hizo, y esta vez si que sabía hacía donde se dirigían, pero no sentía tristeza sino decisión, era cierto aquella deuda se había aplazado demasiado. Ya era por la tarde cuando Saphira aterrizó en las afueras de un recinto cerrado, cercado por vallas. A Eragon le había parecido ver una especie de castillo en el lugar donde antes estaba su granja, aunque Carvahall había cambiado tanto, lo que antes eran casas humildes eran ahora grandes edificios en los que su techo se confundía con el cielo, que no estaba tan seguro de que fuese allí donde él se había criado.
La puerta del recinto estaba abierta, de manera que Eragon no tuvo problemas para entrar. Delante de él, un pequeño cementerio se extendía a sus pies. Eragon deambuló entre las tumbas de mármol y distinguió la de Bird y la de Quimby. Pero había una que destacaba por encima de todas, esta no era de mármol, sino de plata pura y en la lápida, grabados en letras de oro dos nombres guardaban el recuerdo de los difuntos: Garrow y Marian. Encima de la tumba, una gran escultura de dos personas abrazadas guardaba el descanso de los muertos, Eragon distinguió las facciones de sus tíos esculpidas en diamante. Aquella tumba era realmente una obra de arte y Eragon sabía que estaba echa para personas que valían mucho más que todo el material que habían empleado. Aun así no pudo evitar quedarse maravillado por la sepultura que habían erigido en el nombre de sus tíos, sin embargo estaba seguro de la que había sido de Brom era mucho más hermosa.
Eragon se arrodilló ante la tumba de sus tíos, él no creía en los dioses, pero sabía que sus tíos sí, de manera que rezó por sus almas a aquel que recogiese sus plegarias. Media hora más tarde, se levantó y salió por la puerta del cementerio, dedicándoles un último adiós.
-          ¿Quieres hacer algo más antes de marcharnos? -le preguntó la dragona. Eragon la miró con ternura y le respondió- Ya he hecho todo lo que tenía, ya he saldado mis viejas cuentas.
La dragona echó a volar de espaldas a las últimas luces granates del día, unas pequeñas nubes cerca del horizonte se teñían moradas con un cielo amarillo de fondo. Eragon  se quedó con aquella imagen fija en la cabeza y utilizando un trozo de papel que había encontrado tirado por el suelo, mezcló esa imagen del atardecer con la escultura de la tumba e hizo un faith. El resultado fue esplendido. La plata brillaba como el sol, y la sonrisa de Garrow creaba un lazo místico con la de Marian. Eragon volvió por última vez su cabeza hacia atrás antes de lanzarse de nuevo hacia Ilirea.