sábado, 5 de abril de 2014

10.3

Eragon explotó, sabía que Arya intentaba sonsacarle información, pero no creía que llegara a intentarlo mediante una forma tan sucia como la seducción. Lentamente, mientras miraba la mano de Arya, posó la suya sobre la de la elfa, para darle una pequeña satisfacción. Entonces empezó a pronunciar con dulzura unas palabras en el idioma antiguo. Cambio el orden de las palabras de tal manera que Arya no supiese que orientación le daba al hechizo hasta la última palabra. Esta, aguardó impaciente confiando en la dulzura del tono de Eragon. Pero cuando a falta de una palabra, Eragon volvió a mirarla, Arya sintió miedo. Su mirada, era cruel y llena de sed de venganza y mientras pronunciaba la última palabra del hechizo, el jinete dibujó una sonrisa pícara.
Arya no pudo evitar dar un grito cuando sintió como un millar de puñales le taladraban la mano, profundos cortes se abrían inevitablemente en la palma y el dorso, y de ellas brotaban sendos regueros de sangre. La elfa se derrumbó, estaba perdiendo sangre y sabía que se desangraría en poco tiempo. La cabeza se le empezó a nublar, así que busco rápidamente el hechizo de curación, pero cuando intento utilizar las reservas de energía para llevarlo acabó, descubrió que no tenía acceso a ella. Un impenetrable muro se erigía entre la elfa y su magia. Arya no tardó en darse cuenta de que aquella barrera era de Eragon, que se había introducido en su mente aprovechando la confusión. La elfa se sintió de pronto desnuda ante la cantidad de información a la que Eragon tenía acceso en aquel momento. Pero tampoco tuvo mucho tiempo para pensar en eso, necesitaba su magia. Así que empezó a recorrer la interminable muralla que la separaba de su única salvación. Pero la barrera no tenía ningún pequeño resquicio donde intentar introducirse dentro.
Cuando al final se rindió, termino gritándole a Eragon: “¡Déjame pasar!” Su tono era más una súplica que un grito. “Haré lo que sea, LO QUE SEA” Pero nadie respondía. Una y otra vez la elfa repetía su petición, hasta que al final, una voz conocida y que en otros momentos la habría considerado amiga le respondió “¿Por qué?” Arya no tuvo tiempo de pensar una respuesta coherente. Su cabeza era ya una charca embarrada de pensamientos sin sentido. Aun así supo que estaba a punto de morir.