miércoles, 30 de abril de 2014

Comienzo del capítulo 11

Bien, el fragmento de hoy es mas bien tranquilo en comparación con el anterior, también algo mas largo y une el final del capitulo 10 con el principio del 11, espero que os guste, aunque la parte importante del capítulo llegara la próxima semana

Justo en el último momento, Arya sintió como la mano dejaba de sangrarle y que la sangre, milagrosamente volvía a circular por su interior, a la vez que una voz terrible resonaba como un trueno en su cabeza “No vuelvas a intentarlo” entonces Eragon desapareció de su mente. Arya tardó un rato en ser capaz de pensar con claridad, cuando al final lo consiguió el jinete ya se había ido.







11 Destino
Al día siguiente, la mañana ya estaba muy avanzada cuando Eragon salió por fin de sus sueños de vigilia. Tras lo ocurrido la madrugada anterior, el remordimiento lo había estado asaltando durante toda la noche. Una y otra vez escuchaba los gritos de Arya intentando traspasar la barrera que el mismo había construido y el deseo de ayudarla contrapuesto con el de que necesitaba un castigo por lo que había hecho.
Al levantarse descubrió que Saphira no estaba, pero no le dio importancia, probablemente estaría con Firnen. Pero rápidamente otro pensamiento lo atacó “¿Y si Arya le había contado a Firnen lo ocurrido la noche anterior? ¿Y si este se lo contaba a Saphira? ¿Estaría ella de acuerdo con la decisión que él había tomado? Estas y otras preguntas pasaban por su cabeza cuando un jovencito de no más de doce años, rubio y lleno de pecas se le acercó y le entregó un sobrecito que parecía una carta. Eragon le dio un par de monedas al chico y este hizo una torpe reverencia antes de volver por dónde había venido.
Eragon no abrió inmediatamente el sobre, sino que primero se conformó con observar los detalles de este: el papel era áspero y de un extraño color morado claro, la parte donde se encontraba la apertura estaba resaltada con un color verde apagado y el sello donde se cerraba el sobre era de un color rojo intenso. Eragon pudo distinguir dentro del sello un dragón bicéfalo detrás de un escudo en el que se podía apreciar claramente el nombre de la guardia especial de Nasuada: Los halcones de la noche.
Rompió el papel morado con cuidado de no estropear el sello, dentro una pequeña nota de papel esperaba a ser leída. En el momento en el que se fijo en las letras, pudo apreciar la curvada caligrafía de Nasuada. La nota rezaba: ¿¡¡Cómo se te ocurre desaparecer así!!? Ven a la sala del trono dentro del castillo dos horas después de la comida. Trae a Saphira.
La agresividad de la nota sorprendió a Eragon, pero después entendió que había desaparecido durante dos días, justo un día de haber vuelto, eso quería decir que apenas le restaban otros tres días y lo que quedaba de ese para encontrar su respuesta a la pregunta del dragón, además del banquete.
Aún quedaban un par de horas para la comida, de modo que se decidió a hacer lo que no había hecho la noche anterior, hablar con Brom. Se puso en marcha sin exactamente saber adonde iba, deambulaba por las calles intentado encontrar al anciano. Allí por donde pasaba despertaba grititos de sorpresa y alguna que otra mirada que guardaba más que sorpresa. Mas de diez veces escuchó aquella pregunta que empezaba a no resultarle tan extraña “Jinete de dragón, ¿quieres casarte conmigo?” decían las jóvenes muchachas, antes de darse la vuelta, tremendamente abochornadas cuando Eragon las identificaba y les dedicaba su más encantadora sonrisa, y las veces que no las identificaba, adivinaba fácilmente quien de ellas había sido porque eran rápidamente reprendidas por sus abuelas. Eragon pensó de pronto que tal vez alguna de esas abuelas fuera alguna de las otras jóvenes que le formularon la misma pregunta años atrás en Farthern Dur, y se reía por dentro al ver lo mucho que cambiaba la gente durante la vida.
Pero no eran solo peticiones de matrimonio lo que Eragon escuchaba, muchos otros se acercaban a sobarle y a darle las gracias, también le pedían que curase la pierna rota de su hija pequeña, el resfriado de su suegra, etc., aunque más de uno lo que pedía era que el resfriado agravase. Al final, Eragon terminó entrando en cincuenta casas distintas, sin repetir el motivo por el que lo hacía, y cuando se cansó desapareció ante las narices de un comerciante que insistía en regalarle dinero con un sencillo hechizo.